Bicentenario Independencia del Perú - SEGUNDA PARTE

PREAMBULO

Por Julio César Sotelo Falcón
Compilador e Investigador
Huaraz, 14-Julio-2020

"Cuanto mayor sea tu conocimiento,
mayor será tu necesidad de aprender" 

Paraje campesino de Willcacocha en la Cordillera Negra; se ven los nevados: Vallunaraju, Ocshapalca,
Ranrapalca, Rima Rima, Palcaraju y Churup. Foto JCSF
Esta es una segunda entrega de información para el conocimiento del público en general. En la primera ocasión, publicada en mi Blogger el 13-marzo-2019, me refería específicamente al Mariscal Toribio de Luzuriaga Mexía y Estrada, oriundo de Huaraz, quien fue uno de los principales personajes que colaboró con San Martín en la gesta libertaria del Continente sudamericano.

Busto del Mcal. Luzuriaga en el
interior del Centro Cultural de Huaraz.
En esta segunda ocasión me refiero principalmente al libertador General San Martín; quien escribió algo sobre los pormenores respecto a la independencia americana:

“Los ricos y terratenientes se niegan a luchar, no quieren mandar a sus hijos a la batalla, me dicen que enviarán tres sirvientes por cada hijo, sólo para no tener que pagar las multas, dicen que a ellos no les importa seguir siendo una colonia. Sus hijos quedan en sus casas gordos y cómodos, un día se sabrá que esta patria fue liberada por los pobres y los hijos de los pobres, nuestros indios y los negros que ya no volverán a ser esclavos de nadie”. 

Este texto nos debe hacer meditar sobre como se consiguió derrotar a los españoles en la gesta libertaria.

Los invito a leer y enterarse de algunos pormenores que sucedieron antes del 28 de Julio de 1821, y que fueron publicados en 1821, 1824 y 1942. JCSF  



Desembarco en la Bahía de Paracas, Pisco-Ica. Foto Wikipedia

Manifiesto lanzado por San Martín al pisar Tierra Peruana

(De la Revista “PERUANIDAD” – Lima, 1942 – Director: Esteban Pavletich)


El General en Jefe del Ejército Libertador a los habitantes del Perú

Compatriotas:

La nación española al fin ha recibido el impulso irresistible de las luces del siglo, ha reconocido que sus leyes eran insuficientes para hacerla feliz, y que en sus antiguas instituciones no podía encontrar ninguna garantía contra los abusos del poder. Los españoles han apelado al último argumento para demostrar sus derechos, y convencido el rey de su justicia, ha jurado la constitución que juraron las Cortes en 1812, llamando a la administración pública a los mismos que antes había proscrito por traidores: la revolución de España es de la misma naturaleza que la nuestra: ambas tienen la libertad por objeto y la opresión por causa.

San Martín sueña con la idea de la bandera del Perú.
Foto Wikipedia
Yo he sabido después de mi salida de Valparaíso, que el virrey de Perú ha mandado también jurar la Constitución, y que se ha abolido en Lima el Tribunal del Santo Oficio: los motivos de su liberalidad han sido análogos a los que tuvo Fernando VII para adoptar aquella reforma, aunque con alguna diferencia en su objeto.

El Rey juró la Constitución porque no le quedaba otro arbitrio para salvar su trono, que seguir la tendencia de la voluntad general: el virrey ha imitado la conducta de su amo, con la esperanza de poner una barrera al voto de la América y evitar que coopereis a su emancipación. Sólo los conflictos en que se halla pueden excusar la injusticia que ha hecho a vuestro discernimiento, persuadiéndose que la Constitución de las Cortes sea capaz de aletargar vuestra energía y de engañas vuestros deseos: el ignora que este error es un nuevo escollo contra sus designios, porque es pasado ya el tiempo en que los Americanos vean sin indignación los planes impostores de la política Española para perpetuar su dominio sobre un vasto continente, que tiene la voluntad y el poder de gobernarse por sus propias leyes.

Foto del Internet
La América no puede contemplar la Constitución de las Cortes, sino como un medio fraudulento de mantener en ella el sistema colonial, que es imposible conservar más tiempo por la fuerza. Si este no hubiese sido el designio de los españoles, habrían establecido el derecho representativo de la América sobre las mismas bases que el de la península, y por lo menos sería igual el número de diputados que nombrase aquella, cuando no fuese mayor, como lo exige la masa de su población comparada con la de España.

Pero ¿qué beneficios podemos esperar de un código formado a dos mil leguas de distancia sin la intervención de nuestros representantes, y bajo el influjo del espíritu de partido que dominaba en las Cortes de la Isla de León? Nadie ignora que la independencia de la América fue entonces, y será siempre el pensamiento que ocupe a los mismos jefes del partido liberal de España. Aún suponiendo que la Constitución nos diese una parte igual en el poder legislativo, jamás podríamos influir en el destino de la América, porque nuestra distancia del centro de impulsión, y las inmediatas relaciones de la España con los jefes del departamento ejecutivo, daría al Gobierno un carácter parcial que anularía nuestros derechos.

Paso de los Andes. Fotos Wikipedia
El virrey Pezuela ha obrado en esta ocasión por iguales principios que su antecesor Abascal, cuando en 813 se valió de este mismo prestigio para deslumbrar a los incautos con la idea de una reforma, qué si al fin se verifica, sólo producirá ventajas para los que trazaron su plan, sin consultar la voluntad de la América. A más de que, no sería la primera vez que se jurase en vano la decantada Constitución de las Cortes, ni sería extraño que el choque violento de los partidos que abrazan a la península, causase al fin el mismo efecto que la ingratitud de Fernando, cuando volvió al trono cuya conservación había costado tan cara a los españoles. Este es el menor riesgo a que se haya expuesto un pueblo, donde no hay un individuo que no tema la retaliación de lo pasado, o que no esté dispuesto a ejercitarla.


¡Compatriotas! Vosotros conocéis por experiencia la verdad de lo que os digo: yo apelo a los hechos, y someto a vuestro juicio el examen de la sinceridad de los españoles. El virrey del Perú hace esfuerzos para prolongar su decrépita autoridad, halagando vuestras esperanzas con una Constitución extranjera que os defrauda el derecho representativo en que ella misma se funda, y que no tiene la menor analogía con vuestros intereses.

El tiempo de la impostura y del engaño, de la opresión y de la fuerza está ya lejos de nosotros, y sólo existe en la historia de de las calamidades pasadas.

Puente de piedra sobre el río Rímac. Foto Wikipedia
Yo vengo a acabar de poner término a esa época de dolor y humillación: este el voto del Ejército Libertador que tengo la gloria de mandar y que me acompaña siempre al campo de batalla, ansioso de sellar con su sangre la libertad del nuevo mundo. Fiad en mi palabra, y en la resolución de los bravos que me siguen, así como yo fío en los sentimientos y energía del pueblo peruano.

Cuartel general del Ejército Libertador en Pisco, Setiembre 8 de 1820.
Primer día de la Libertad del Perú

José de San Martín


Dibujo de una casona de la época colonial en Lima. Foto Internet

Manifiesto de San Martín al Ocupar Lima

El General en Jefe del Ejército Libertador a los Habitantes del Perú

Habitantes de esta capital:

Lima virreinal. Foto Wikipedia
Ya habéis visto al intruso La Serna, que, en unión de los jefes militares atrevidos y desenvueltos ha marchado dejando a todos en confusión y abandono, después de haber saqueado las propiedades de personas honradas, y de atentar sacrílegamente contra los mismos templos, olvidemos compatriotas a esos criminales, pues ya veis a la deseada Patria venir presurosa a daros la libertad. Ella va a ser el centro de vuestros encantos, delicias y seguridad. Uníos a ella con recios nudos de alianza. Es concluida amabilísimo pueblo para siempre la rivalidad. Dad ejemplo de vuestras virtudes a las naciones todas, y condénsese los aires de vivas y noticias, de que estrechados los pueblos (oprimidos largo tiempo) con el Ejército Libertador, van a ser felices sempiternamente. El General San Martín espera que a vuestros contentos se una el mejor orden: más si contra sus esperanzas alguno osare infringirlo, prepara la rectitud para escarmentar severamente a quien perturbe el sosiego.

José de San Martín

(Publicado en “El Americano”: N° 2; Lima, 12 de Julio de 1821)

San Martín y la Bandera del Perú. Foto Wikipedia

La Proclamación de la Independencia en Lima

(De “Extracs from a jornal written on the coast of Chile, Perú and México
in the years 1820-22”: Edimburgo, 1824)

Por Basilio Hall

San Martín no hizo uso de los derechos que tenía ganados; desdeñó el acompañamiento de un numeroso cortejo y no entró (a Lima) sino de noche, acompañado de un solo ayudante. No era su intención entrar aquel día (10 de julio de 1821); se hallaba fatigado y deseaba reposar en una posada, a medio vestir. Había descendido del caballo, y colocándose desapercibido en un rincón, bendecía a su estrella y a la providencia de haber salido con bien de esta gran empresa.

Foto Internet
Dos sacerdotes descubrieron su escondite; era necesario darles audiencia. Cada uno de ellos pronunció un discurso, que él escuchó con su acostumbrada bondad; uno lo comparó a César, el otro a Lúculo.

“Santo Dios -exclamó el general, una vez que los sacerdotes se retiraron-, ¿dónde hemos venido a caer?” “Oh mi general, -respondió el ayudante-, hay más de dos del mismo temple”. “Lo creo -contestó él-; y bien, haga usted ensillar los caballos y partamos”.

San Martín no se dirigió al Palacio; se detuvo en casa del Marqués de Montemira. En un momento, la noticia de su llegada se esparció por todas partes; la casa, el patio y las calles se llenaron de curiosos. Yo estaba en una casa de la vecindad; llegué a la sala de audiencia antes que la multitud fuera demasiado considerable para obstruir el paso. Estaba impaciente por ver que continente tendría el general en una situación tan delicada: debo decir que se condujo muy bien. Había allí, como se debe suponer, un gran entusiasmo, y para un hombre tan modesto como San Martín y tan enemigo de la ostentación, era un asunto bastante difícil hacer frente a todas las galanterías sin demostrar fastidio y enojo.

Templo  de San Francisco. Foto Wikipedia  
En momentos que yo llegaba a la sala, una mujer de mediana edad avanzó hacia el general. Este hizo un movimiento para abrazarla, pero ella se precipitó a sus pies, quiso besarle las manos y exclamó que tenía tres hijos que ofrecía al servicio de la Patria. “Espero -agregó- que serán dignos de la libertad y no esclavos como antes”. San Martín no intentó levantarla, esperó que hubiese acabado su súplica en la posición que había escogido, y que daba más fuerza a sus palabras. Se inclinó para escucharla, y cuando ella hubo acabado, cuando paso el primer acceso, le tomó las manos con dulzura y le suplicó que se levantase. Esta pobre mujer se arrojó a su cuello, estaba bañada en lágrimas y su corazón palpitaba de reconocimiento.

Tapadas limeñas. Foto Internet
Cinco damas se presentaron y a un mismo tiempo quisieron abrazar las rodillas del general, pero la concurrencia las embarazaba demasiado; dos de ellas se arrojaron a su cuello, y todas se pusieron a hablar con tanta volubilidad y con una voz tan alta como para cautivar la atención de San Martín, y lo rodearon con tanta precipitación, que por un instante perdió el equilibrio; pero halló medio de contenerlas con algunas palabras. Apercibió entonces a una jovencita de diez o doce años, que no había osado aproximársele, la levantó en sus brazos y la abrazó. Esta niña, en el exceso de su felicidad, no sabía lo que hacía.

En seguida apareció un fraile y cambió la escena. Era un hombre de alta talla, musculoso, de cabello rojo y ojos azules, la ansiedad y el desasosiego se pintaban en su fisonomía. San Martín tomó un aire serio e imponente, el monje lo felicitó entonces por su entrada pacífica en la gran ciudad “lo que era un feliz presagio de la dulzura de su futura administración”. La respuesta del general estuvo en perfecta analogía con el discurso que acababa de oír. Mientras que él hablaba, el temor del fraile desapareció, su rostro se animó, el brillo de la elocuencia del general lo entusiasmó a tal punto que, olvidando su carácter de ministro de Dios, exclamó, aplaudiendo frenéticamente: “Viva nuestro general”.

“No, no -repuso San Martín-. Repetid conmigo: Viva la independencia del Perú”.


Antigua Plaza  de  Armas de Lima. Foto Internet
El cabildo o concejo de la ciudad se reunió a prisa. La mayor parte de los miembros eran nacidos en Lima y profesaban las opiniones liberales. Cuando por primera vez apercibieron al Libertador, apenas pudieron disimular su emoción y conservar el aire de dignidad que convenía a la importancia de sus funciones. Los viejos, las mujeres y los niños se agrupaban alrededor de San Martín; él hallaba medio de decir a cada uno frases agradables; y todos aquellos que lo escuchaban lo encontraban más seductor de lo que era por renombre.

Durante este episodio yo estaba colocado bastante cerca del general para observarlo a mi gusto. No noté en sus palabras ni en sus modales ningún signo de afectación. Parecía que no se acordara de sí mismo. A veces se expresaba con entusiasmo, pero el gozo que se pintaba en su frente parecía venir de la felicidad que su presencia inspiraba a los demás.

Alrededores de Lima virreinal. Foto Wikipedia.
El general me descubrió en el sitio que ocupaba como observador, me izo avanzar y me abrazó. Aproveché de mi buena fortuna para abrir el paso a una joven que luchaba por abrirse camino en medio de la multitud. Se arrojó en los brazos del general y permaneció allí cerca de medio minuto sin poder proferir otras palabras que “Mi general, mi general”, quiso retirarse enseguida, pero San Martín estaba impresionado por su entusiasmo y su belleza, la retuvo respetuosamente, y con bondad e inclinándose a mi lado dijo sonriente que debía ser permitido probarle con un beso cuánto era su reconocimiento. La joven enrojeció, apoyándose sobre el brazo de un oficial que le preguntó si estaba contenta. “Contenta -exclamó ella-, ¡oh sí, señor!”

El cuadro de la entrada de San Martín fue emocionante y animado; no se derramó ninguna lágrima y en la parte dramática del espectáculo no hubo nada de ridículo. El general deseaba antes que nada evitar los incidentes que preveía, pues su intención era llegar en la madrugada. El día de su regreso a Buenos Aires, después de la conquista de Chile en 1817, había mostrado la misma antipatía por todo lo que era pompa y ostentación, y entonces había sido mejor servido por su previsión que en Lima, pues, aunque los habitantes hubiesen hecho preparativos para su recepción, él burló su vigilancia y penetró de incógnito en la ciudad.

Foto Internet
Como medida de primordial importancia, San Martín buscaba implantar el sentimiento de la independencia por algún acto que ligase los habitantes de la capital a su causa. El 28 de julio se realizaron, por consiguiente, ceremonias para proclamar y jurar la independencia del Perú. Las tropas formaron en la Plaza Mayor, en cuyo centro se levantaba un alto tablado, desde donde San Martín, acompañado por el gobernador de la ciudad y algunos de los habitantes principales, desplegó por primera vez la bandera independiente del Perú, proclamando al mismo tiempo con voz esforzada:

“Desde este momento el Perú es libre e independiente por voluntad general del pueblo y por la justicia de su causa, que Dios defiende”. Luego batiendo la bandera, exclamó: “¡Viva la patria! ¡Viva la independencia! ¡Viva la libertad!


San Martín proclamando la independencia del Perú en la Plaza de Armas. Foto Wikipedia.
Sus palabras fueron repetidas por la multitud que llenaba la Plaza y calles adyacentes, mientras repicaban todas las campanas y se hacían salvas de artillería entre aclamaciones tales como nunca se habían oído en Lima. La nueva bandera peruana representa el sol naciente, apareciendo sobre los Andes, vistos detrás de la ciudad, con el río Rímac bañando su base. Esta divisa, con un escudo circundado de laurel, ocupa el centro de la bandera, que se divide diagonalmente en cuatro piezas triangulares, dos rojas y dos blancas.

Foto Internet
Del tablado donde estaba en pie San Martín, y de los balcones de palacio se tiraron medallas a la multitud, con inscripciones apropiadas. Un lado de estas medallas llevaba: “Lima libre juró su independencia en 28 de Julio de 1821”. Y en el anverso: “Bajo la protección del ejército libertador del Perú, mandado por el General San Martín”. Las mismas ceremonias se celebraron en los puntos principales de la ciudad o, como se decía en la proclama oficial, “en todos aquellos parajes públicos donde en épocas pasadas se anunciaba al pueblo que debía soportar sus míseras y pesadas cadenas”. Después de hacer el circuito de Lima, el general y sus acompañantes volvieron al Palacio para recibir a lord Cochrane, quien acababa de llegar al Callao.

Acta de la Independencia. Foto Wikipedia
La ceremonia fue imponente. El modo de San Martín era completamente fácil y gracioso, sin que hubiese en él nada de teatral o afectado; pero era asunto de exhibición y efecto, completamente repugnante a sus gustos. Algunas veces creí haber percibido en su rostro una expresión fugitiva de impaciencia o desprecio de si mismo, por presentarse a tal mojiganga, pero si realmente fuera así, prontamente resumía su aspecto acostumbrado de atención y buena voluntad para todos los que le rodeaban.


El día siguiente, domingo 29 de julio, se cantó Te Deum y se celebró misa mayor en la Catedral, cantada por el arzobispo, seguida de sermón adaptado a la ocasión por un fraile franciscano. Apenas terminó la ceremonia, los jefes de las varias reparticiones se reunieron en palacio y juraron por Dios y la patria mantener y defender con su fama, persona y bienes, la independencia peruana del gobierno de España y de cualquier otra dominación extranjera. Este juramento fue hecho y firmado por todo habitante de Lima, de modo que en pocos días la firma de la declaración de la independencia montaba a cerca de cuatro mil. Se publicó en una Gaceta extraordinaria y circuló profusamente por el país, lo que no sólo dio publicidad útil al estado de la capital, sino que comprometió profundamente a quienes hubiera agradado que su adhesión a la medida hubiera permanecido ignorada.

Reunión festiva por la Independencia. Foto Internet

Tapada limeña. Foto Internet
Por la noche, San Martín dio un baile en palacio, de cuya alegría participó él mismo cordialmente; bailó y conversó con todos los que se hallaban en el salón, con tanta soltura y amabilidad, que, de todos los asistentes, él parecía ser la persona menos embargada por cuidados y deberes.

En los bailes públicos y privados prevalece una costumbre extraña en este país. Las damas de todo, rango no invitadas, vienen veladas, y se paran en las ventanas o en los corredores, y a menudo entran en el salón. Se les llama “tapadas”, porque sus rostros están cubiertos, y su objeto es observar la conducta de sus amigos, que no pueden reconocerlas, a quienes atormentan con dichos maliciosos, siempre que están al alcance de su voz. En palacio, la noche del domingo estaban las “tapadas” algo menos adelante que de costumbre, pero en el baile del Cabildo, dado con anterioridad, la parte inferior del salón estaba llena de ellas, y mantuvieron un fuego graneado de bromas con los caballeros, al finalizar el baile.

Reseña Biográfica de San Martín

Foto Wikipedia
El nombre completo del Libertador del Perú es: José Francisco de San Martín y Matorras, nació el 25 de febrero de 1778 en Yapeyú-Argentina, durante el Virreynato del Río de la Plata. Sus padres fueron españoles, Juan de San Martín y Gómez y Gregoria Matorras del Ser. Murió el 17 de agosto de 1850 en Boulogne-sur-Mer, en Francia, en los brazos de su hija Mercedes Tomasa San Martín y Escalada. Su esposa fue María de los Remedios de Escalada. Sus restos fueron repatriados de Francia a Argentina el 28 de mayo de 1880

Fue libertador de Argentina, Chile y Perú. Ejerció como Protector del Perú del 3 de agosto de 1821 al 20 de setiembre de 1822; entregando el cargo a Francisco Xavier de Luna Pizarro, que  era Presidente del Congreso Constituyente.

En el libro "Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana", publicado la primera edición en 1887 por el autor Bartolomé Mitre (militar, periodista, escritor, historiador y estadista argentino), dice: "El destino de los emancipadores de acción y pensamiento de la América meridional es trágico...", y menciona varios personajes que participaron en estas gestas  históricas de Quito, La Paz, México, etc. que tuvieron un final trágico.

Por ejemplo dice que Hidalgo, el caudillo popular de la Revolución de México, murió en un patíbulo y Iturbide, el verdadero libertador de México, murió fusilado víctima de su ambición. Belgrano, precursor de la independencia argentina, murió en la oscuridad y la miseria, en medio de la guerra civil. O'Higgins, héroe de Chile, acabó sus días en la proscripción. Rivadavia, el genio civil de la América del Sur, murió en el destierro. Sucre, vencedor de Ayacucho, fue asesinado alevosamente por los suyos en un camino desierto. Bolívar y San Martín, murieron en el ostracismo.

En el caso de San Martín fue un acto deliberado de su voluntad, aunque impuesto por su destino. El de Bolívar, aunque pronunciado por él mismo al agotarse sus fuerzas vitales, empezó con su apogeo y terminó con su catástrofe. El del uno es estoico. El del otro es atormentado.

Catedral de Lima en 1860. Foto Wikipedia.
Opina Mitre, que San Martín, después de ver cerrado por siempre el libro de sus destino, que creyó entreabierto por un momento al ser llamado al Perú después de su abdicación, pasó desde Mendoza a Buenos Aires, donde fue recibido por el menosprecio e indiferencia públicos. No tenía patria, esposa ni hogar, y el capitán ilustre de tres repúblicas no tenía donde pasar revista en el ejército argentino. Tomo en sus brazos a su hija huérfana de madre, y se dirigió silenciosamente al destierro (Europa fines de 1823). Allí se encontró frente a frente a la miseria...

Cinco años después sintió la necesidad de respirar en el aire de la patria, y regresó a ella con la intención de acabar oscuramente en la tierra natal. La guerra entre  el Brasil y la República Argentina había terminado gloriosamente para esta. Al llegar a la rada de Buenos Aires, el 12 de febrero de 1829, aniversario de sus gloriosos triunfos de San Lorenzo y Chacabuco, encontró en las puertas de la patria un letrero escrito por manos argentinas que decía: "Ambigüedades: El general San Martín ha vuelto a su país a los cinco años de ausencia: pero después de haber sabido que se han hecho las paces con el emperador de Brasil". Como se ha dicho, la respuesta de San Martín había sido dada dos mil años antes por la boca de Scipión, insultado por sus compatriotas en el aniversario de una de sus grandes batallas: "En un día como éste salvé a Roma. Vamos al templo a dar gracias a los dioses tutelares del Capitolio , para que siempre tenga generales que se me parezcan". Ni dio esta respuesta ni mandó grabar sobre su sepulcro: "Ingrata patria, no tendrás mis huesos". Volvió al eterno destierro, y dio modesta y generosamente su respuesta desde la tumba: "Deseo que mi corazón descanse en Buenos Aires".

Mausoleo de San Martín en la Catedral de Buenos Aires.
Foto Paul Rousselot en Wikipedia.
Continúa Mitre relatando: Un año después de expirar Bolívar en Santa Marta, fue atacado San Martín por el cólera, que por aquel tiempo asoló la Europa (octubre de 1832). Vivía en el campo con su hija y sólo contaba con los pobres recursos que le había proporcionado la venta de la casa donada por el Congreso argentino por la victoria de Maipú. Su destino, según sus propias palabras, era ir a morir en un hospital. Un antiguo compañero de armas suyo en la guerra de la Península, un español, el opulento banquero Aguado, vino en su auxilio y le salvó la vida, sacándolo de la miseria. Le hizo adquirir la pequeña residencia de campo de Grand Bourg, a orillas del Sena, a inmediaciones del olmo que, según tradición, plantaron los soldados de Enrique IV que sitiaban a París.

El Chateau d' eau en la Exposición Internacional de París de 1900. Foto Wikipedia.
Allí en una sencilla habitación rodeada de árboles y flores, en que abundaban las plantas americanas, que él mismo cultivaba, vivió largos años, triste y concentrado, pero sereno, llevando el peso de su ostracismo voluntario, quejoso a veces de la ingratitud de los hombres y deplorando la triste suerte de los pueblos por cuya independencia tanto había trabajado, aunque sin desesperar de sus destinos...No es posible salir inmaculado en la lucha de la vida, y es desgracia de los grandes hombres sobrevivir a su época, cuando no tienen una misión que llenar en la tierra, y cuando, sin la noción de la vida contemporánea, su alma no se agita al soplo de las pasiones que la rodean.

San Martín a los 70 años (1848)
Foto Wikipedia
Al fin llegó el término de su trabajada existencia. La muerte empezó por los ojos. La catarata, esa mortaja de la visión empezó a tejer su tela fúnebre.Cuando el famoso oculista Sichel le prohibió la lectura -otra de sus pasiones- su alma se sumergió en la oscuridad de una profunda tristeza. La muerte asestó el último golpe al centro del organismo. La aneurisma que llevó siempre latente en su seno amortiguó las palpitaciones de su corazón. Trasladose a Boulogne sur Mer, en busca, de las brisas vivificantes del mar, y allí tuvo la conciencia de su próximo fin.

El 13 de agosto, hallándose de pie en la playa del canal de la Mancha, con la vista apagada perdida en el nebuloso horizonte, sintió el primer síntoma mortal. Llevó la mano al corazón, y dijo con una pálida sonrisa a su hija, que lo acompañaba como una Antígona: "C'est l'orage qui méne au port". El 17 de agosto de 1850 empezó su agonía. "Esta es la fatiga de la muerte", exclamó, y expiró en brazos de la hija de su amor, a las 3 de la tarde, a la edad de 72 años y seis meses, para renacer a la vida de la inmortalidad.

La  nación argentina, unida y constituida, según sus votos, repatrió sus restos mortales, celebró su apoteosis, y le erigió su monumento fúnebre en la Catedral de su metrópoli como al más grande de sus trascendentales hombres de acción consciente.

( textos sacados de una publicación del Semanario "Hildebrandt en sus Trece". Viernes 1 al 7 de Febrero del 2019)

La Tradición del Himno Nacional (1821)

Por Ricardo Palma

I


Por los años de 1810 existía en el convento de los dominicos de Lima, y también en el de los agustinos, una Academia de música, dirigida por Fray Pascual Nieves, buen tenor y mejor organista. El padre Nieves era en su época la gran reputación artística que los peruleros nos sentíamos orgullosos de poseer.

El primer pasante de la Academia era un muchacho de doce años de edad, como que nació en Lima en 1798. Llamábase José Bernardo Alcedo y vestía el hábito de donado, que lo humilde de su sangre le cerraba las puertas para aspirar a ejercicio de sacerdotales funciones.

A los dieciocho años de edad, los motetes compuestos por Alcedo, que era entusiasta apasionado de Haydn y de Mozart, y una misa en re mayor sirvieron de base a su reputación como músico.

Jurada en 1821 la Independencia del Perú, el protector don José de San Martín expidió decreto convocando concurso o certamen musical, del que resultaría premiada la composición que se declarase digna de ser adoptada por himno nacional de la República.

José Bernardo Alcedo Retuerto
Compositor y Música
Seis fueron los autores que entraron en el concurso, dice el galano escritor a quien extractamos para zurcir este artículo.

El día prefijado fueron examinados todas las composiciones y ejecutadas en el orden siguiente:
1. La del músico mayor del batallón Numancia
2. La del maestro Huapaya
3. La del maestro Tena
4. La del maestro Filomeno
5. La del padre fray Cipriano Aguilar, maestro de capilla de los agustinianos.
6. La del maestro Alcedo.


Apenas terminaba la ejecución, de la última, cuando el general San Martín, poniéndose de pie, exclamó:

-¡He aquí el himno nacional del Perú!



Rosa Merino, interpretó
por primera vez el himno

Al día siguiente un decreto confirmaba esta opinión, expresada por el gobernarte en un arranque de entusiasmo. El himno fue estrenado en el teatro la noche del 24 de septiembre de 1821, en que se festejó la capitulación de las fortalezas del Callao, ajustada por el general La Mar el 21. Rosa Merino, la bella y simpática cantatriz a la moda, cantó las estrofas en medio de interminables aplausos. La ovación de que, en esa noche, fue objeto el humilde maestro Alcedo es indescriptible para nuestra pluma.

Mejores versos que los de don José de la Torre Ugarte merecía el magistral y solemne himno de Alcedo. Las estrofas, inspiradas en el patrioterismo que por esos días dominaba, son pobres como pensamiento y desdichadas en cuento a corrección de forma. Hay en ellas mucho de fanfarronería portuguesa, y poco de la verdadera altivez republicana.

José de la Torre Ugarte
Letra del himno.
Pero, con todos sus defectos, no debemos consentir jamás que la letra de la canción nacional se altere o cambie. Debemos acatarla como sagrada reliquia que nos legaron nuestros padres, los que con su sangre fecundaron la libertad y la república. No tenemos derecho, que sería sacrílega profanación, ni a corregir una sílaba en esas estrofas, en las que se siente a veces palpitar el varonil espíritu de nuestros mayores.

II

Concluyamos compendiando en breves líneas la biografía del maestro Alcedo. Todos los cuerpos del ejército solicitaron del Protector que les destinase al autor del himno como músico mayor, y en la clase de subteniente; pero Alcedo optó por el batallón número 4 de Chile, en el concurrió a las batallas de Torata y Moquegua y a otras acciones de guerra. Cuando se dispuso, en 1823, que el batallón regresase a Chile, Alcedo pasó con él a Santiago, separándose a poco del servicio. El canto llano era casi ignorado entre los monjes de Chile, y franciscanos, dominicanos y agustinos comprometieron a nuestro músico para que les diese lecciones, a la vez que el gobierno lo contrataba como director de las bandas militares.

Cuarenta años pasó en la capital chilena nuestro compatriota, siendo en los veinte últimos, maestro de capilla de la Catedral, hasta 1864 en que el gobierno del Perú lo hizo venir para confiarle la dirección y organización de un conservatorio de música, que no llegó a establecerse por la inestabilidad de nuestros hombres públicos. Sin embargo, Alcedo, como director general de las bandas militares, disfrutó hasta su muerte, acaecida en 1879, el sueldo de doscientos soles al mes.

Muchos pasos dobles, boleros, valses y canciones forman el repertorio del maestro Alcedo, sobresaliendo, entre todo lo que compuso, su música sagrada.

Alcedo fue también escritor, y testimonio de ello da su notable libro Filosofía de la música, impreso en Lima en 1869.


(Del libro "Tradiciones Peruanas Completas". Edición y Prólogo de Edith Palma. Sexta Edición 1968. Madrid-España).


Mensaje histórico de San Martín. Foto Internet


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